martes, 30 de marzo de 2010




19



Cuando abrió la puerta Mary tenía puesta su salida de baño y con la mano derecha se sujetaba el cabello envuelto en una toalla roja. Besó a su amiga y la vio más bella que habitualmente, bella y cansada. Algo distinto iluminaba aquel rostro que ella conocía tan bien, desde todos sus ángulos y en todas sus expresiones. Tal vez era un efecto de las marcadas ojeras que le daban un aire diferente a su mirada; o quizás era que insólitamente Ana estaba vestida con una calza gris y una camiseta blanca y amplia, como si por primera vez en su vida no hubiese escogido la ropa antes de salir. Traía una cartera de lona negra que dejó en el piso, junto al sillón donde se dejó caer.
—No me mires así. Estoy espantosa —dijo Ana llevándose el pelo detrás de las orejas.
—Error. Estás bárbara. Deberías probar a salir así en cámaras de vez en cuando.
Mary fue hasta el equipo de música.
—¿Qué querés escuchar? —preguntó, tratando de que Ana se ambientara.
—Eso, música. Quiero escuchar música permanente, incesante y empalagosamente romántica.
Mary se volvió ligeramente y vio que Ana había cerrado los ojos y levantado los brazos como preparándose a saltar desde un trampolín. Mary puso “Fina estampa”, de Caetano Veloso, y se sentó frente a Ana.
—Sos una maga —dijo Ana, y se quedó en silencio, mirándola a los ojos.
—Las mujeres no somos magas, somos brujas —acotó Mary. Hizo una pausa y preguntó: —¿Entonces?
Ana rió nerviosamente. Parecía no saber qué hacer con sus manos que iban de su cara a sus rodillas y de nuevo a su cara.
—No sé —empezó con timidez—, …es que… tengo que admitirlo: me da vergüenza.
—¿Vergüenza? Mmhhh —dijo Mary pasando la lengua por sus labios y frotándose las manos—. Esto parece más interesante de lo que había pensado.
—Por favor, Mary; no me lo hagas más difícil —la regañó Ana con suavidad—. No se lo puedo contar a nadie más, a nadie. ¿Entendés?
—Bueno, ta. Entonces, empezá.
—No sé por dónde empezar —seguía dudando Ana, tratando de encontrar coraje. De pronto miró fijamente a Mary y pareció decidirse. Tomó su bolso y lo colocó en su falda. Buscó durante un momento y sacó una hoja de papel doblada al medio. Dejó el bolso en el sofá, se puso de pie y le extendió el papel a Mary.
—Empecemos por aquí —dijo con gravedad—. Leé esto.
Mary dejó la toalla a un lado y tomó la hoja. Cuando empezaba a leer vio que Ana se paraba frente a la ventana, miraba el cielo por el pozo de aire, dándole la espalda.

From: ttlook@alenhaywood.co.uk
Está bien: lo pensé y, acepto; pero tendrá que ser sin romper las reglas que hemos observado hasta ahora. Quiere decir que vos no me verás en ningún momento ni intentarás hacerlo bajo ninguna circunstancia. He arreglado todo. Si estás de acuerdo sólo tendrás que seguir estas instrucciones al pie de la letra. Dentro de tres días, a las dos de la tarde, entrarás con tu auto en el garaje de la habitación 05 del Motel La Morada.

Mary interrumpió la lectura y levantó la mirada lentamente. Tenía la boca abierta y una expresión en su rostro que a Ana le resultó indescifrable.
—¡Ana…! -empezó a decir, pero su amiga la interrumpió.
—Por favor, no preguntes nada ahora. Primero leé hasta el final. Me muero de la ansiedad. ¿Tenés algo dulce para comer?
—Ehhh… En la cocina hay fruta —respondió Mary, ya inmersa nuevamente en la lectura.

Entrarás en la habitación. Encontrarás sobre la cama una tela de algodón. Es para que te vendes los ojos con ella después de desnudarte completamente. Apagarás las luces que hayas encendido y te acostarás boca abajo, con la pierna derecha levemente flexionada, formando casi un ángulo recto con relación a tu cadera. Recostarás tu cabeza en la almohada y pondrás tus manos debajo de ella. Yo entraré diez minutos después que vos. No sucederá nada que ambos no deseemos. Este encuentro, si se produce, no será tema de mi correspondencia nuevamente y, claro está, será el único.
Suerte. Para los dos.

Le costó despegarse de las letras, pero cuando lo hizo vio que Ana estaba parada en la puerta de la cocina y miraba en dirección de la pizarra. En ese momento Ana se volvió hacia ella, transfigurada. Tenía un trozo de manzana en la boca que no lograba terminar de masticar, lo que aumentaba la expresión desencajada de su rostro. Sus ojos se encontraron presintiendo el mismo abismo, empezando a adivinar la catástrofe que seguiría.
—¿Qué es esto, Ana? —preguntó Mary, cuya única ventaja era no tener la boca llena.
Ana hizo un esfuerzo y tragó rápidamente.
—Mejor explicame vos qué es eso —dijo aclarándose la garganta y señalando la pizarra en la cocina.
—Eso no te importa. Contestame: ¿qué es esto? —volvió a inquirir agitando la hoja de papel y poniéndose de pie.
—Esto es un error lamentable —cortó Ana tajantemente, mientras dejaba la manzana en el sillón y se inclinaba para tomar su bolso.
De un salto Mary se interpuso entre su amiga y la puerta. El movimiento brusco provocó que el cinturón de su salida de baño se desanudara, pero ella pareció no percibirlo, o no le importó.
—Ahora no te vas. Me vas a tener que decir todo. ¿De qué se trata todo esto? ¡Es de él!, ¿verdad?
Mary parecía fuera de sí. Hablaba con los dientes apretados, y abrió los brazos para cubrir la puerta lo que provocó que su cuerpo desnudo quedara completamente expuesto. Sorprendida por el cariz que había tomado la situación tanto como por la desnudez de su amiga, Ana permaneció inmóvil.
—Dejame pasar, Mary. Esto es un malentendido —atinó a decir.
Mary comenzó a avanzar lentamente hacia Ana. La furia que despedían sus ojos hizo que su amiga se moviera de modo que el sillón quedara entre las dos.

—Mary, calmate —decía Ana tratando de apaciguarla—; esto no puede ser. Yo no sabía… Nunca me imaginé que vos…
—¿Qué hiciste? —Mary continuaba avanzando y Ana retrocedía hacia el dormitorio—. ¡Me leíste las cartas, pedazo de una traidora! ¿Cuántas leíste? ¿Eh? Todas, ¿no? ¡Estabas al tanto de todo! Jugaste con nosotros como con marionetas.
—¡Mary! Pero, ¿qué decís? ¿Cómo tus cartas?
—Y fuiste a la cita, ¿no? La nena linda de la televisión se regaló en una amoblada con los ojitos vendados y culito para arriba, ¿no? ¡Pedazo de una puta!
—¡Basta! —gritó Ana deteniéndose en la puerta del dormitorio, dispuesta a acabar con aquella situación.
—¡Basta, nada! —gritó Mary a su vez, mientras empujaba a Ana hacia la habitación—. ¡Sos una traidora y una puta de mierda! Me dijiste que no las querías, que no te interesaban. ¡Eran mías, sólo mías! Ahora ensuciaste todo. ¡Todo!

Mary la tomó por los hombros. Ana quiso resistirse y ambas cayeron sobre la cama. Mary estaba sobre su amiga y la sacudía por los hombros mientras gritaba.
—¡Ensuciaste todo! ¡Eran mías! —y sus lágrimas saltaban como clavadistas, describían una parábola y caían sobre el rostro y el cabello de Ana.
—Yo no sabía; no me dijiste nada —intentaba explicar Ana, ella también comenzando a llorar.
Mary cesó de zarandearla y se derrumbó a un lado, boca abajo, sollozando desconsoladamente. Su cabello negro y mojado se esparcía sobre la sábana blanca. Ana tuvo el reflejo de abrazarla y Mary no rechazó el gesto. Unió su cabeza a la de su amiga y lloraron juntas, aunque por cosas distintas.
—Mary, por favor, no llores más. No lo sabía. Perdoname. No quise hacerte daño. Perdoname —repetía Ana con la voz entrecortada, casi susurrando, mientras acariciaba la espalda de su amiga.
Mary no podía hablar y tampoco parar de llorar. Sabía que algo muy importante para ella había acabado cuando recién empezaba a sentir que estaba comenzando. Ese mundo apenas entrevisto, y sin embargo tan rotundo, se alejaba segundo a segundo, se diluía, se licuaba y escapaba como sus lágrimas entre los dedos. Y esas letras, que ella convirtió en su territorio de ensueños e inquietudes, que la transformaban en pájaro, en hada resucitadora, ya no eran suyas. Ese retoño que había insinuado en su interior se secaba segundo a segundo, quemado por un viento helado, polar, incontenible como su pena.

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