miércoles, 24 de marzo de 2010







16


Pasó una hora merodeando. Iba y venía lentamente por el pequeño apartamento: de la cama a la mesa de la cocina, de la cocina al sofá de la sala, de la sala a la cama. Como si cada uno de esos desplazamientos tuviese un propósito que olvidaba apenas entraba en la habitación. Se sentía extraña, demasiado leve, casi ida. Y no sabía si eso le gustaba. Finalmente se sentó frente a la computadora.
Decidió no releer aquellas últimas cartas en la pantalla y las imprimió. Se dio cuenta de que sólo tenía en papel aquellas primeras que había traído de la casa de Ana, y no consiguió explicarse por qué no había impreso las otras. A ella le gustaba mucho más leer sobre papel que en una pantalla.
Las numeró correlativamente según el orden de llegada; les fue poniendo clips de colores y las fue colocando en una pequeña pila sobre el escritorio. Revolvió placares y estantes hasta que encontró lo que buscaba: una carpeta de plástico transparente. Puso las cartas dentro de la carpeta y le pegó una etiqueta autoadhesiva. Tomó una lapicera, le quitó el capuchón y se quedó un momento inmóvil, mirando fijamente el blanco de la etiqueta. Varias veces amagó con escribir algo sobre ella, pero se arrepintió otras tantas.
-¡Hmfhhum! -expiró, parándose sobre una idea para saltar a otra más arriba. De pronto llevó la punta de la lapicera hasta la etiqueta y escribió: “Salvaletras”.
Se llevó la carpeta a la cama y releyó una a una las últimas cartas. Leía lentamente. A veces reía. Hacía anotaciones a los márgenes con una lapicera roja y con una azul hacía otras sobre una hoja aparte. Cuando terminó guardó las cartas en la carpeta y fue hasta la cocina. Se paró delante de la pizarra y fue copiando lo que había escrito sobre la hoja.

*Ama las letras y sabe de computadoras
*Veterano Menos de 50
*De izquierda Sí, no ortodoxo ¿Anarco?
*¿Ex preso? ¿Exiliado? Europa/Estocolmo/París
*¿Dónde vive? ¿En Montevideo? Sí, muy posiblemente
*Gaviotas/costa Bruma
*Está solo Sí, hace mucho Le gusta “Es” solo
*¿Por qué escribe? Porque si no revienta
*Tiene sentido del humor
*Educación católica colegio privado
*¿Qué le pasa con las drogas?
*No es universitario
*¿De qué trabaja? ¿Trabaja?
*¿Se está muriendo? ¿Se va a matar?
*¿Por qué no escribe sobre mujeres?
*Sabe quién es Ana ¿Conoce su historia?
*Quiere que ella sea testigo de algo ¿De qué?
*La eligió ¿como público?

Mary dio un paso atrás y releyó lo que había escrito. Se detuvo a mitad de camino, tomó un paño y borró donde decía “Porque si no revienta” y en su lugar escribió: “Porque reventó”.
Cuando leyó las últimas líneas la sorprendió una pregunta zumbando en su cabeza: ¿estaba celosa? Dejó el marcador destapado sobre la mesada, tomó una manzana y la lavó ligeramente. Se sentó en un taburete junto a la pequeña mesa de la cocina y mientras la comía intentó imaginarse qué sentiría si Ana no fuese intermediaria, si esas cartas estuviesen dirigidas directa y solamente a ella. Le resultaba difícil elucidar sus sentimientos al respecto. Por un lado disfrutaba su anonimato, o mejor, su inexistencia, su posición de voyeuse insospechada ante un espectáculo exhibicionista que no le estaba destinado. Su posición era perfecta para apreciar plenamente el morbo de un juego perverso sin correr ningún riesgo. Pero esa ausencia de agonismo despojaba de carnalidad a un triángulo real, concreto, tan verdadero como lo podía ser visto desde su lado. Pensó en Lucas, en su absoluta corporeidad, en su íntima presencia física. Y sintió claramente que no deseaba superponer ambas cosas, juntarlas en una sola. Lucas era un hombre de carne y hueso y lo demás eran letras; con sangre, sudor y lágrimas, pero letras al fin.
Esas cartas, sin embargo, le provocaban un deseo inédito. Deseaba entrar en el mundo que evocaban, y en ese viaje también iba su cuerpo, erizado, expectante, alerta. Eran sólo letras, sí, pero la acariciaban sin tocarla, la habían hecho reír y llorar sin oportunismo, con la espontaneidad de lo auténtico. Ella esperaba esas cartas con la naturalidad con que se esperan el Pampero, el temporal de Santa Rosa, los cambios de estación, el trueno después del relámpago.
Hacía un rato que había terminado la manzana y miraba distraídamente el resto que había quedado sobre la mesa. Lo puso en la basura, se limpió las manos y fue hasta el dormitorio. Sobre la cama estaba la carpeta. Sacó las cartas y las fue hojeando sin realmente leerlas. Había algo más; algo que le costaba admitir: esas cartas no eran para ella, pero eran más suyas que de Ana, que de cualquier otra persona en el mundo. Su lectura les daba existencia, sentido, futuro. Y eran sus ojos los únicos. El mundo que ellas abrían -aunque fuese en un juego de sombras chinas- era su territorio exclusivo. Lentamente, como si fuesen naipes, desplegó las hojas sobre la cama y las fue cubriendo con su cuerpo desnudo.
La despertó el teléfono.
—Holá?
—Aló, nena. ¿No mejoraste un poquito?
—Ah, Ana. Estaba durmiendo. Me siento agotada. ¿Qué hora es?
—Las cinco de la tarde. Bueno, no te preocupes. Hablé con el productor y refunfuñó un poco pero se le pasó enseguida. De todas formas, vino bien el atraso porque modifiqué un poco el montaje de dos de las notas que van esta semana. Así que te las vas a tener que visionar de nuevo antes de hacerle los textos.
—Bueno —contestó Mary como desde otra galaxia.
—Hace un rato me llamó Charo.
—¿Cuál Charo?
—La bobeta de la agencia. Quería invitarnos esta noche a su casa. Parece que va a ir un alemán, o austríaco, no sé bien. Un fotógrafo. Dice que es un tipo maravilloso, que viaja por todo el mundo y que -según ella- está refuerte.
—Mmhh… no confío en el gusto de esa mujer —sentenció Mary.
—Yo tampoco —apoyó Ana.
—¿Vas a ir?
—Nooo, ni aunque el alemán fuese Mel Gibson; mañana de tarde tengo médico y quiero estar diez puntos. Bueno, pensándolo bien, si fuese Mel…
—¡Zafada! —dijo Mary riendo—. Prefiero a Dany Glover. ¿Médico para qué?
—No, nada. Un chequeo de rutina, pero quiero que salga bien. Nena —dijo Ana cambiando de tono—: mejorate para mañana, ¿ta? Mirá que si no, ahí sí que el que te dije va a poner el grito en el cielo.
—Quedate tranquila. ¿Nos vemos mañana?
—Sí, sí. Vos teneme todo pronto, ¿eh?, así grabo en cuanto llegue.
Mary se sentía totalmente despierta y descansada. Resolvió ocuparse de las cosas terrenales: el apartamento merecía una limpieza y una ordenada. Se puso ropa de fajina, pero le faltaban productos de limpieza. Llenó la lavadora, la dejó en marcha y se fue al supermercado. Como siempre, compró más de lo que había ido a buscar y se demoró más de lo que esperaba. Vio la moto de Lucas estacionada frente a la puerta del edificio. El estaba hablando con el portero.
Cuando la vio, Lucas se apresuró a ayudarla con las bolsas.
—Hola, mi amor —dijo besándola y sacándole todas las bolsas de las manos—. ¿Estás bien? Te llamé al trabajo y me dijeron que no habías ido, que estás enferma.
—¿Qué pasa? ¿Te asustaste? —preguntó ella sonriendo.
—Es que te enfermás tan poco…
—No fue nada. Ayer salí con Ana y algo me debe haber caído mal; pero ya pasó.
—¡Aahhh! ¡De jodita con Ana, ¿eh?! —reprochó suavemente Lucas mientras subían en el ascensor—. Con razón no estabas anoche cuando llamé.
Mary abrió la puerta del apartamento y en ese momento recordó las cartas sobre la cama.
—Andá guardando esas cosas en la heladera —dijo señalando la cocina mientras ella se dirigía al dormitorio.
Apenas traspasó la puerta sus movimientos adquirieron una velocidad supersónica. La cama estaba totalmente revuelta y las hojas andaban por toda ella y hasta por el piso.
—¿Dónde pongo las papas? —gritó Lucas desde la cocina.
—En la canasta, adentro del placar largo… —respondió ella mientras revisaba debajo de la cama con un fajo de hojas en la mano. Estaba embutiendo todo en un cajón del ropero cuando escuchó que Lucas -aún en la cocina- preguntaba.
—¿Y esto qué es?
—¿Qué cosa? —contestó repasando automáticamente lo que había comprado en el supermercado.
—¿Esto, acá?
Cuando Mary llegó a la puerta de la cocina vio que Lucas leía la pizarra con un frasco de miel en la mano derecha y una bolsa de plástico en la izquierda. Le hirvió la sangre. Se sintió invadida, ultrajada, como si él fuese un extraño y lo hubiese sorprendido revisándole la ropa interior.
—Nada —respondió Mary poniéndose en puntas de pies y extendiendo los brazos para tomar la pizarra.
Lucas interpuso su gran espalda impidiéndole el paso.
—¿Cómo nada? ¿Cómo nada? —repetía él con los ojos clavados en la pizarra mientras Mary forcejeaba queriéndolo hacer a un lado.
—Te digo que nada —insistió ella apretando los dientes—. Salí. ¡Dejame pasar, te digo! —casi gritó, y empleó toda su fuerza para mover a Lucas sin lograrlo.
El se dio vuelta tomándola por los brazos.
—¡¿Qué te pasa?! ¡¿Qué hacés!? ¡¿Te volviste loca!? —gritó él también.
Mary se liberó de Lucas, levantó el frasco de miel que Lucas había dejado sobre la mesa, lo lanzó contra la pizarra y gritó, con el rostro desencajado:
—¡¡Pasa que ésta es MI casa, y éstas son MIS cosas. Y si YO digo que eso no ES nada, no-es-nada. Y es la última vez que me impedís hacer algo en mi PROPIA casa!!
Respiraba agitadamente y miraba con furia la boca abierta de Lucas que buscaba apoyo en la heladera. En los pocos segundos de silencio que transcurrieron entonces, Mary percibió la sorpresa, el desconcierto de su pareja, y simultáneamente, el tamaño del desastre que se había producido. Pero ya no podía hacer nada para mitigarlo. Lo que había dicho era sincero, pero no pudo evitar sentir que, de cierta forma, estaba siendo injusta con Lucas. La ira, sin embargo, en ese momento aún era demasiado dominante como para dejarle lugar a cualquier otro sentimiento.
Lucas se agachó, levantó del piso el frasco de miel milagrosamente intacto y se lo tendió. Mary lo tomó, se recostó al marco de la puerta y cruzó los brazos.
—Chau —se despidió él pasando a su lado. Se fue sin golpear la puerta.
—Esta vez se va herido de verdad -pensó Mary.
Se quedó inmóvil, con la miel en la mano. Sentía pena, y también que había hecho lo correcto. Escuchó la moto rugiendo al doblar la esquina, y en algún lugar de su alma algo perdió peso. Fue hasta la sala y se paró en el centro de la habitación con los brazos en jarra. Recorrió el lugar con una mirada atenta, escudriñadora.
—¡Bueno! —exclamó—. ¡Limpieza general!

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